martes, 29 de diciembre de 2009

La crispación de Hannibal Lecter

Por Carlos Girotti
Sociólogo, Conicet

¨Refinado, erudito, políglota, cosmopolita, el doctor Lecter bien podría ser toda una alegoría de aquello que Anaximandro, el discípulo más probable de Tales de Mileto, sentenciara allá por el sexto siglo antes de Cristo: todo lo surgido se autodestruirá, la materialidad finita volverá a ser la materia infinita e ilimitada que fue el origen de todo. Hannibal, personaje de ficción de varias películas, es el hombre que se come al hombre y, al hacerlo, se come a sí mismo. Un acto sin límites para volver a lo ilimitado. La razón del poder por el poder mismo. ¿Se crisparía el doctor Lecter si no encontrara a quien lo sucediese en semejante empeño?

Los últimos días han sido días de crispación en este país. Sin ir muy lejos, otro doctor, no Hannibal Lecter, sino Mariano Grondona, ha titulado su artículo editorial en La Nación así: “La crispación”. En el primer párrafo describe un panorama nacional dantesco: amenazante interferencia radial al helicóptero que transportaba a la Presidenta, compromiso del 14% de las reservas del Banco Central para pagar la deuda externa, dos dígitos para la tasa de desempleo en varias ciudades, pedradas contra el rector de la UBA, motín de presos con varios muertos en Lomas del Mirador, veto presidencial a la ley de reforma política, etcétera. Un verdadero “día de furia” como él mismo lo catalogó. Para este doctor en leyes, la Argentina atraviesa un “estado de crispación” que, para entenderlo, le resulta “útil comparar la crispación que acompaña los años finales de los Kirchner con los finales de otros tres presidentes vecinos como Tabaré Vázquez, Michelle Bachelet y Luiz Inácio Lula da Silva”. ¿Y por qué se han crispado los ánimos aquí? Porque a diferencia de lo que sucede en los tres países hermanos, en la Argentina “los Kirchner pretenden instalar una lógica dinástica en medio de una república democrática, y todo lo que están logrando a través de esta desmesura es suscitar una reacción en cadena no sólo de sus opositores sino también del resto de los argentinos”. Es decir, el doctor Grondona, que al comienzo de su nota no se priva de su habitual cátedra etimológica para explicar las acepciones de la palabra crispación, admite, al cabo, que él también está crispado. ¿Por culpa de quiénes? De los Kirchner.


Otro doctor, laureado él con distinciones y premios internacionales, escritor cuya obra ha sido traducida a varios idiomas y ex diplomático de carrera, ha saltado a la palestra pública también por el indisimulado tono de crispación de sus declaraciones periodísticas. Se trata del doctor Abel Posse, designado por Mauricio Macri como ministro de Educación para la Ciudad de Buenos Aires. A horas de asumir el cargo, el doctor Posse escribió, también en La Nación: “Todos los días nos revuelve y convulsiona la noticia del comerciante, padre, estudiante, baleado a mansalva por el asesino-joven (no el niño-asesino, porque cuando se asesina disparando sobre alguien indefenso, a los 14 o 16 años, no hay niño que valga, la entidad “asesino” prevalece sobre la edad biológica)" ¿Habrá pensado lo mismo de aquel hijo suyo, que se suicidó a los 16 años, cuando después del infausto hecho descubrió un cuaderno en el que el pibe admitía que había querido incendiar el colegio parisino que frecuentaba e, incluso, que había adquirido un cuchillo para asesinar a un compañero inglés que lo molestaba con el tema Malvinas? ¿Se habrá detenido, el doctor Posse, en discurrir si “la entidad asesino prevalece sobre la edad biológica”? No, para el autor de “Muerte de un hijo” –su hijo- “resultó ser una personalidad más fuerte que la mía. Él hizo más que yo. Si hacer es hacer cualquier cosa, pero grande, para el bien o para el mal, fundar el colegio o quemarlo, él hizo más”, según lo consigna La Nación en una entrevista reciente. Allí mismo dirá: “Supo leer con una precocidad grave el lenguaje de una sociedad decadente. Murió como un rebelde absoluto. Le daba lo mismo Stalin que Hitler. Cualquiera que mate gente le iba bien. Quería acabar con Occidente”. Algo grande, sin dudas.


El doctor Grondona y el doctor Posse, hombres refinados y cultos, parecieran coincidir y no sólo porque ambos escriben en el diario fundado por Mitre. Dice el primero en la nota citada: “Los Kirchner tensan cada día más la cuerda de nuestra vida política y social"; el segundo, en cambio, no apela a metáforas:”Esa llamada oposición se debe concentrar en programa y liderazgo. Estamos en tsunami nacional y mundial. Deben concentrarse en alguno o algunos de ellos, más allá de hipócritas partidismos, y promover acciones y soluciones. O tienen que dar paso y apoyar a quien tenga claridad, coraje y pueda reunir la fuerza necesaria”. Coraje y fuerza contra el caos y la anarquía. ¿Quién tendría la claridad para emplearlas? No lo saben. Antes, uno y otro sabían: siempre había un cuartel de puertas abiertas al que recurrir, pero ahora no.


Es ese descubrimiento el que, a ambos doctores, les trastrueca aquella actitud impertérrita con la que suelen examinar los hilos dramáticos de la civilización. De repente, abandonan la impavidez porque comprenden que deben ensayar los ritos de un discurso salvífico cuando, en verdad, carecen de un salvador a la vista. Entonces, lo que hasta hace un tiempo los mantenía impasibles –y hasta les servía para adoptar un tono sereno y de perdonavidas– ahora los exaspera. Pierden la compostura por igual, aunque con tics, carraspeos y ese oficio de augures del espanto del que nunca prescinden, logren disimular la novedad de sus flaquezas. Allí es cuando sus voces y sus escritos se convierten en el atronar de los tambores de guerra. Saben, no obstante, que la salvación que predican debe surgir impoluta de un pantano de sangre y miserias. Afanosos, hurgan en datos y estadísticas, contabilizan los horrores, suman crímenes. Hay, en ese regodeo con lo atroz, un descenso a los peores síntomas de una sociedad que, a duras penas, ha venido lamiéndose las heridas infligidas por aquellos que fueron los héroes de estos dos doctores. La salvación debe ser construida con la gramática de lo abyecto.


Si el doctor Posse y el doctor Grondona tuvieran a la mano a un Micheletti, todo les resultaría más fácil. No renegarían tanto. No serían ellos los practicantes del canibalismo sino un remedo local de la marioneta hondureña. Pero ellos deben encabezar la cruzada y asumir el riesgo de mostrar la naturaleza desnuda de sus propias abyecciones. Eso los crispa. El talante sereno y lejano con el que el doctor Posse narra el momento en el que embebe sus dedos con la sangre de su hijo muerto y se los lleva a la boca, o las delicadas travesías etimológicas que emprende el doctor Grondona para explicar lo inexplicable de toda y cualquier dictadura, le ceden paso a un dueto destemplado por las añoranzas del orden sepulcral custodiado por expertos.


La escena final de la película Hannibal bien valdría la resurrección de Anaximandro, el pensador de Mileto que el doctor Abel Posse descubriera en su narrado viaje por Grecia. El primer plano muestra la sonrisa beatífica del actor Anthony Hopkins quien, en su personaje del doctor Lecter, acaba de convidar a un niño con una aromática porción de su comida. El pibe prueba el bocado y hace un gesto de aprobación. Le gusta pero ya nada será igual para él: ha engullido un poco de los sesos de la última víctima del caníbal y todo indica que él, el chico, seguirá los pasos del doctor Lecter. Éste, lejos de la crispación, se arrellana en su asiento con la satisfacción de la tarea cumplida. Otro caníbal ha venido al mundo para comérselo.
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Este artículo fue publicado en UOL Noticias el 22-12-09

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