jueves, 31 de diciembre de 2009

Lo que dejó el 2009



En el espacio de JUVENTUD CARTA ABIERTA se ha publicado el siguiente artículo en donde hallamos una apretada síntesis pero sustancial de lo ocurrido durante un agitado y ¨memorable¨, como lo llama el autor, año 2009 en nuestro país.


Pinceladas de un año memorable

Por Ricardo Forster

29-12-2009 /
LO QUE DEJÓ EL 2009

Los últimos días del año nos permiten intentar un balance, nos ofrecen la oportunidad de volver a repasar el cúmulo de acontecimientos que, mirados desde cierta distancia, no dejan de ofrecernos la certeza de haber vivido meses de una intensidad inusitada. Así como el 2008 había sido un año signado por el conflicto con la Mesa de Enlace y sus complejas derivaciones que definieron un giro espectacular en la política argentina determinando fuertemente el derrotero del gobierno de Cristina Fernández antes casi de haber estrenado el cargo, el 2009 no se ha quedado rezagado en cuanto a significación. Si algo debiéramos celebrar es que, a diferencia de la década del ’90 colonizada por el discurso del fin de la historia y de la muerte de las ideologías, la década que ahora se cierra ha implicado, al menos entre nosotros (incluyendo en este nosotros a Latinoamérica) una reapropiación de los lenguajes de la política brutalmente bastardeados por el neoliberalismo. Es desde esa reapropiación, que supone volver a darle contenido a palabras gastadas y rapiñadas por un economicismo pueril, que debemos leer lo acontecido a lo largo de un año complejo y laberíntico en el que prácticamente no se dejó nada por discutir.

El 2009 fue, de eso no hay dudas, un tiempo atravesado por la lógica del conflicto allí donde núcleos fundamentales de la vida social, económica, política y cultural fueron sacudidos por los diversos actores que habitan la escena nacional. Desde el inicial anuncio de Cristina Fernández, allá por marzo, de llevar al Congreso de la Nación el proyecto de una nueva ley de medios audiovisuales que viniera a reemplazar a la promulgada por la dictadura y vigente a lo largo de todos los gobiernos democráticos desde Alfonsín en adelante, hasta un año que se cierra con el que tal vez sea el juicio contra los represores más emblemático por lo que simbólicamente ha representado la ESMA como nudo infernal de la política genocida desplegada entre 1976 y 1983.

Dos acontecimientos que se juegan en diversos planos pero que se afincan, centralmente, en la dimensión simbólico-cultural han marcado con hondura el derrotero de un año extraordinariamente complejo. Por un lado, la disputa por el lenguaje y sus lógicas comunicacionales que, en una época signada por la influencia determinante de los medios de comunicación de masas, cobra una dimensión decisiva para la continuidad y el enriquecimiento de la vida democrática; por el otro, el doloroso ejercicio de la memoria histórica atravesado por las demandas de justicia y de castigo a los responsables de la noche del horror. Dos símbolos de lo que se debate en la Argentina de hoy, de eso que hace “ruido” y que nos permite comprender algo de lo que se esconde detrás de la dura ofensiva del establishment y de la derecha. Por eso el 2009, pese a ser un año atravesado por las consecuencias directas de la brutal crisis del capitalismo internacional (crisis que llegó algo amortiguada a estas playas gracias a las políticas económicas implementadas desde el 2003 en adelante y que nos permitieron salir de la matriz puramente neoliberal), ha sido un año fundamentalmente político, en el que también nos hemos despedido de quien fuera, tal vez, el último gran político de raza, me refiero a Raúl Alfonsín. Su muerte señala el crepúsculo de una manera de vivir y de hacer política y expresa la honda crisis de los partidos y de los políticos.

Un rápido repaso de los principales acontecimientos de los últimos 12 meses nos puede servir para ilustrar al amigo lector respecto de la complejidad y la importancia de lo que se puso en juego y de lo que seguirá debatiéndose en el año que se inicia y que estará marcado por el Bicentenario: debate y aprobación de la ley de medios audiovisuales; inicio del mandato de Barack Obama y su paulatino desangelamiento que, en relación a nuestro continente, ha sido casi inmediato; implementación de políticas anticíclicas centradas en la protección del trabajo y del mercado interno como principal recurso para paliar los efectos de una crisis estructural del capitalismo financiero-especulativo; derrota de Néstor Kirchner en las elecciones de junio y puesta en evidencia de los límites de la pejotización y de las candidaturas testimoniales y necesidad de recuperar el núcleo popular y progresista que marcó la emergencia del kirchnerismo en la escena nacional; surgimiento de un candidato, De Narváez, diseñado desde las oficinas de publicistas y encuestólogos e impulsada por el show-business televisivo que no ha dejado de señalar la continuidad, entre nosotros, de lo peor de la reducción de la política a espectáculo propia de los años menemistas; golpe “institucional” en Honduras finalmente avalado por la complicidad del gobierno de Obama y la repulsa generalizada de los países sudamericanos; vergüenza del macrismo al fracasar doblemente en sus políticas de seguridad y educación: la primera a través del nombramiento del “Fino” Palacios que hoy cumple prisión por encubrimiento en la causa AMIA, mientras que su sucesor tuvo que renunciar casi inmediatamente por estar involucrado en escuchas ilegales de todo color y pelaje (no deben existir antecedentes en el mundo de una situación de este tipo que hace que los dos jefes de una nueva policía estén en prisión o siendo investigados y en vías de ir a la cárcel); la segunda caída en picada de Macri ha sido el fugaz paso por el Ministerio de Educación de Abel Posse, figura que emergió de la noche antediluviana de la derecha procesista en el mismo momento en que se aceleran los juicios contra los genocidas (Posse fue repudiado por lo que representa, por el núcleo reaccionario, discriminador y violento de su discurso, pero también como emergente de una derecha que intenta ocupar un lugar visible en la política de la Ciudad de la mano del “desideologizado” Mauricio Macri); la arrolladora e indisimulada ofensiva de la corporación mediática contra el Gobierno arrasando, con total impudicia, cualquier resto de seriedad, rigurosidad y objetividad periodística (impunidad, exageración, arbitrariedad, han sido los modos utilizados por la corporación para defender sus intereses seriamente dañados por una ley de medios que viene a garantizar una distribución más igualitaria de la palabra y de las imágenes terminando con la impunidad dejada por la dictadura y por el menemismo que favoreció la concentración monopólica); decisión presidencial de implementar la asignación universal para los hijos de los trabajadores en negro y de desocupados llevando a casi 5 millones de niños pobres una política de hondo contenido reparador, que se complementa con la puesta en marcha del plan de generación de empleo a través de cooperativas que beneficiará a uno de los sectores más golpeados y empobrecidos; los extraordinarios triunfos de Evo Morales en Bolivia y del Pepe Mujica en Uruguay que siguen destacando la tendencia transformadora y progresista que viene desplegándose en nuestro continente (oscurecida por lo que amenaza con ser un triunfo en segunda vuelta del candidato de la derecha pinochetista en Chile); complicidad y degradación creciente de las fuerzas policiales mostrando la gravedad de un problema que la democracia no ha sabido resolver pero que el gobierno de Scioli ha agravado al designar a Stornelli como ministro de Seguridad y al desactivar lo mejor de lo realizado en esta materia por Arlasnian; intento fallido, por parte de Gerardo Morales y de Elisa Carrió, de criminalizar a Milagro Sala y a la organización Tupac Amaru, junto con el recurso continuo a la utilización de un lenguaje entre apocalíptico y catastrofal de hondo contenido destituyente.

Apenas algunas rápidas pinceladas para dibujar sobre el papel lo que ha sido un año de inusuales intensidades en el que, por otro lado, hemos comprobado que hay vida más allá de la soja, de la Mesa de Enlace y de las retenciones. Que la democracia no es antagónica al conflicto allí donde el litigio por la igualdad sigue siendo su premisa y su núcleo más íntimo. El 2010 será, probablemente, un tiempo en el que podamos, si las urgencias no nos roban el tiempo y las reflexiones imprescindibles, repasar con espíritu crítico los 200 años de travesía argentina, recorriendo sueños y frustraciones. Esperamos con glotonería lo que tenga para ofrecernos el 2010, imaginando que deberá ser un año en el que se profundicen los cambios que nos lleven hacia una sociedad más justa, democrática e igualitaria. La historia, como siempre, está allí para recibir las pasiones y las acciones de todos aquellos que la transitan. Ojalá que estemos a la altura de sus exigencias y de sus desafíos abriendo, con generosidad, las puertas que posibiliten la unión de todos los que comparten los ideales emancipatorios, esos que vienen desde la lejanía de un mayo de 1810.

martes, 29 de diciembre de 2009

La crispación de Hannibal Lecter

Por Carlos Girotti
Sociólogo, Conicet

¨Refinado, erudito, políglota, cosmopolita, el doctor Lecter bien podría ser toda una alegoría de aquello que Anaximandro, el discípulo más probable de Tales de Mileto, sentenciara allá por el sexto siglo antes de Cristo: todo lo surgido se autodestruirá, la materialidad finita volverá a ser la materia infinita e ilimitada que fue el origen de todo. Hannibal, personaje de ficción de varias películas, es el hombre que se come al hombre y, al hacerlo, se come a sí mismo. Un acto sin límites para volver a lo ilimitado. La razón del poder por el poder mismo. ¿Se crisparía el doctor Lecter si no encontrara a quien lo sucediese en semejante empeño?

Los últimos días han sido días de crispación en este país. Sin ir muy lejos, otro doctor, no Hannibal Lecter, sino Mariano Grondona, ha titulado su artículo editorial en La Nación así: “La crispación”. En el primer párrafo describe un panorama nacional dantesco: amenazante interferencia radial al helicóptero que transportaba a la Presidenta, compromiso del 14% de las reservas del Banco Central para pagar la deuda externa, dos dígitos para la tasa de desempleo en varias ciudades, pedradas contra el rector de la UBA, motín de presos con varios muertos en Lomas del Mirador, veto presidencial a la ley de reforma política, etcétera. Un verdadero “día de furia” como él mismo lo catalogó. Para este doctor en leyes, la Argentina atraviesa un “estado de crispación” que, para entenderlo, le resulta “útil comparar la crispación que acompaña los años finales de los Kirchner con los finales de otros tres presidentes vecinos como Tabaré Vázquez, Michelle Bachelet y Luiz Inácio Lula da Silva”. ¿Y por qué se han crispado los ánimos aquí? Porque a diferencia de lo que sucede en los tres países hermanos, en la Argentina “los Kirchner pretenden instalar una lógica dinástica en medio de una república democrática, y todo lo que están logrando a través de esta desmesura es suscitar una reacción en cadena no sólo de sus opositores sino también del resto de los argentinos”. Es decir, el doctor Grondona, que al comienzo de su nota no se priva de su habitual cátedra etimológica para explicar las acepciones de la palabra crispación, admite, al cabo, que él también está crispado. ¿Por culpa de quiénes? De los Kirchner.


Otro doctor, laureado él con distinciones y premios internacionales, escritor cuya obra ha sido traducida a varios idiomas y ex diplomático de carrera, ha saltado a la palestra pública también por el indisimulado tono de crispación de sus declaraciones periodísticas. Se trata del doctor Abel Posse, designado por Mauricio Macri como ministro de Educación para la Ciudad de Buenos Aires. A horas de asumir el cargo, el doctor Posse escribió, también en La Nación: “Todos los días nos revuelve y convulsiona la noticia del comerciante, padre, estudiante, baleado a mansalva por el asesino-joven (no el niño-asesino, porque cuando se asesina disparando sobre alguien indefenso, a los 14 o 16 años, no hay niño que valga, la entidad “asesino” prevalece sobre la edad biológica)" ¿Habrá pensado lo mismo de aquel hijo suyo, que se suicidó a los 16 años, cuando después del infausto hecho descubrió un cuaderno en el que el pibe admitía que había querido incendiar el colegio parisino que frecuentaba e, incluso, que había adquirido un cuchillo para asesinar a un compañero inglés que lo molestaba con el tema Malvinas? ¿Se habrá detenido, el doctor Posse, en discurrir si “la entidad asesino prevalece sobre la edad biológica”? No, para el autor de “Muerte de un hijo” –su hijo- “resultó ser una personalidad más fuerte que la mía. Él hizo más que yo. Si hacer es hacer cualquier cosa, pero grande, para el bien o para el mal, fundar el colegio o quemarlo, él hizo más”, según lo consigna La Nación en una entrevista reciente. Allí mismo dirá: “Supo leer con una precocidad grave el lenguaje de una sociedad decadente. Murió como un rebelde absoluto. Le daba lo mismo Stalin que Hitler. Cualquiera que mate gente le iba bien. Quería acabar con Occidente”. Algo grande, sin dudas.


El doctor Grondona y el doctor Posse, hombres refinados y cultos, parecieran coincidir y no sólo porque ambos escriben en el diario fundado por Mitre. Dice el primero en la nota citada: “Los Kirchner tensan cada día más la cuerda de nuestra vida política y social"; el segundo, en cambio, no apela a metáforas:”Esa llamada oposición se debe concentrar en programa y liderazgo. Estamos en tsunami nacional y mundial. Deben concentrarse en alguno o algunos de ellos, más allá de hipócritas partidismos, y promover acciones y soluciones. O tienen que dar paso y apoyar a quien tenga claridad, coraje y pueda reunir la fuerza necesaria”. Coraje y fuerza contra el caos y la anarquía. ¿Quién tendría la claridad para emplearlas? No lo saben. Antes, uno y otro sabían: siempre había un cuartel de puertas abiertas al que recurrir, pero ahora no.


Es ese descubrimiento el que, a ambos doctores, les trastrueca aquella actitud impertérrita con la que suelen examinar los hilos dramáticos de la civilización. De repente, abandonan la impavidez porque comprenden que deben ensayar los ritos de un discurso salvífico cuando, en verdad, carecen de un salvador a la vista. Entonces, lo que hasta hace un tiempo los mantenía impasibles –y hasta les servía para adoptar un tono sereno y de perdonavidas– ahora los exaspera. Pierden la compostura por igual, aunque con tics, carraspeos y ese oficio de augures del espanto del que nunca prescinden, logren disimular la novedad de sus flaquezas. Allí es cuando sus voces y sus escritos se convierten en el atronar de los tambores de guerra. Saben, no obstante, que la salvación que predican debe surgir impoluta de un pantano de sangre y miserias. Afanosos, hurgan en datos y estadísticas, contabilizan los horrores, suman crímenes. Hay, en ese regodeo con lo atroz, un descenso a los peores síntomas de una sociedad que, a duras penas, ha venido lamiéndose las heridas infligidas por aquellos que fueron los héroes de estos dos doctores. La salvación debe ser construida con la gramática de lo abyecto.


Si el doctor Posse y el doctor Grondona tuvieran a la mano a un Micheletti, todo les resultaría más fácil. No renegarían tanto. No serían ellos los practicantes del canibalismo sino un remedo local de la marioneta hondureña. Pero ellos deben encabezar la cruzada y asumir el riesgo de mostrar la naturaleza desnuda de sus propias abyecciones. Eso los crispa. El talante sereno y lejano con el que el doctor Posse narra el momento en el que embebe sus dedos con la sangre de su hijo muerto y se los lleva a la boca, o las delicadas travesías etimológicas que emprende el doctor Grondona para explicar lo inexplicable de toda y cualquier dictadura, le ceden paso a un dueto destemplado por las añoranzas del orden sepulcral custodiado por expertos.


La escena final de la película Hannibal bien valdría la resurrección de Anaximandro, el pensador de Mileto que el doctor Abel Posse descubriera en su narrado viaje por Grecia. El primer plano muestra la sonrisa beatífica del actor Anthony Hopkins quien, en su personaje del doctor Lecter, acaba de convidar a un niño con una aromática porción de su comida. El pibe prueba el bocado y hace un gesto de aprobación. Le gusta pero ya nada será igual para él: ha engullido un poco de los sesos de la última víctima del caníbal y todo indica que él, el chico, seguirá los pasos del doctor Lecter. Éste, lejos de la crispación, se arrellana en su asiento con la satisfacción de la tarea cumplida. Otro caníbal ha venido al mundo para comérselo.
¨

Este artículo fue publicado en UOL Noticias el 22-12-09

domingo, 27 de diciembre de 2009

Noam Chomsky pide crear “Zonas de Paz” en Latinoamérica



La página Corresponsal de Paz
publica este artículo el día Viernes 18 Diciembre 2009 - 13:11

(los resaltados en color son míos)


¨El ensayista estadounidense afirmó que la intención de su país de instalar bases militares en la región, debería contrarrestarse con la unión de varias naciones para evitar este tipo de intervención


Ante la amenaza estadounidense de hacer presencia militar a través de bases en Colombia, el lingüista y ensayista político norteamericano Noam Chomsky planteó la instalación de Zonas de Paz en Latinoamérica.

“Debería haber una declaración fuerte oponiéndose a la militarización del continente y a la presencia estadounidense en las bases militares colombianas”, expresó Chomsky quien afirmó que Estados Unidos no toleraría las intervenciones que, con la excusa del apoyo a la democracia, este país hace a otros.

Dijo también que la participación y el apoyo de los Estados Unidos en los golpes militares en el continente deben preocupar a las naciones, situación que se agrava con la instalación de soldados y armas norteamericanos en Suramérica, bajo la excusa de “lucha contra el narcotráfico”.

Personaje destacado en la defensa constante del pacifismo, así como en sus críticas a la política exterior estadounidense, Chomsky explicó que en este corto paso de siglo, ya se han apoyado tres golpes de estado desde Norteamérica: Haití, Venezuela y Honduras.

Indicó que la administración del presidente Barack Obama no sólo apoya al régimen instaurado de Honduras sino que sigue entrenando cadetes de ese país en la Escuela de las Américas.

Asimismo, Noam Cmomsky planteó la necesidad de crear Zonas de Paz como un objetivo que se puede lograr en conjunto, y reveló que estas bases militares en Colombia, aunque no representan un gasto significativo en el presupuesto estadounidense, son muy valiosas por la posición estratégica y la zona energética donde se ubican.

“La Unión Americana pretende imponerse como remedio para los males que ella mismo causa”, concluyó el lingüista y filósofo, nacido en Filadelfia, Estados Unidos.¨

Un exceso de verdad

Por José Pablo Feinmann

“Seamos claros: soy nazi.” Así empieza un texto de Ignacio B. Anzoátegui. Autor católico, furioso antimarxista, antiliberal, pluma ágil, acerada, sabía herir fieramente con sólo una frase: “Dijo Gobernar es Poblar. Y nunca se casó” (sobre Alberdi en Vidas de muertos). Hoy está olvidado, pero muchos lo recuerdan y veneran. La frase Seamos claros: soy nazi es un ejemplo de algo que llamaremos verdad incondicional. Al falangista y nazi Anzoátegui no le preocupan los condicionamientos de la verdad. Sólo le importa decirla. Una verdad –sobre todo en política: Anzoátegui era un ideólogo y un político– se pronuncia en medio de múltiples condicionamientos. Está condicionada por el tiempo: ¿es el momento de decirla? Ese momento está condicionado por la circunstancia que atraviesa el partido político en que se ubica el que dice la “verdad”. De aquí que los intelectuales se sientan excesivamente condicionados dentro de los partidos políticos. “Guárdese este artículo, che. Por ahora no podemos decir eso. No podemos –escuche bien– ni que se sospeche que lo pensamos.” “Pero yo lo pienso ahora y quiero decirlo ahora.” “Oiga, idiota, usted se metió en un partido. El que decide cuándo hay que decir algo es el partido. No usted. O lo entiende o se va.” El momento de una verdad no es, entonces, el que surge de la conciencia del intelectual orgánico, sino de la coyuntura del partido. Vivimos en medio de complejas tramas históricas. En cada una de ellas hay cosas que se pueden decir, otras mejor no.

Me refiero al error-Posse. Macri decide ponerlo en un cargo de alta jerarquía. ¿Sabía quién era Posse, qué pensaba? Por bien de Macri debemos postular que sí. La otra postulación –que no sabía nada– es absurda o lo arroja al dilatado universo de la política en tanto vaciedad o bobería. Dejemos de lado la bobería. Concentrémonos en la política en tanto vaciedad. Macri podría decir que es la que él ha prometido y desea ejercer. Recordará que se presentó ante el electorado como un buen administrador, como un exitoso hombre de negocios, talento que le venía de un linaje familiar que su padre expresaba lustrosamente, un poco a lo Corleone, pero, ¿a quién le importa? La política alla Corleone es una de las grandes caras del capitalismo actual y saber manejarse en sus sombríos y, con frecuencia, sucios y hasta peligrosos laberintos es un arte no desdeñable. Todo buen administrador debe conocer ese arte. El corleonismo no tiene ideología. Sólo quiere hacer negocios en un medio fértil y que otorgue seguridad, la seguridad que ha pedido ese señor norte-americano que no hace poco vino al país para declararlo inseguro. Lógico: si está gobernado por guerrilleros sedientos de venganza, fue su mensaje subterráneo, que se cuidó de decir. Porque se podía decir una verdad. Pero no toda la verdad. Acaso diciendo una parte se adivine la otra. Así, Macri fue –hasta no hace mucho– el administrador pulcro. No le salía una, es cierto. Pero tampoco incurría en estridencias ideológicas que señalaran que no era lo que decía ser: un apolítico que viene a administrar una empresa. Si le creemos esto podríamos creerle que poco sabía de Posse. Que lo puso porque pensó que haría una gestión adecuada. Porque la política ya no es política, ya no es ideología, es gestión. “Venga y gestione, doctor Posse. Gestione la educación.”

Poco tiempo antes le había pedido a un policía con pinta de duro que gestionara la policía y el orden en la ciudad de Buenos Aires. Caramba, lo que es buscar sólo la eficacia sin prestarle atención –por secundarias– a otras facetas de aquéllos a quienes se les pide esa eficacia. Sucedió que este policía había sido eficaz pero por medios no convencionales. O tal vez demasiado convencionales. Porque, ¿qué es lo convencional? Primera posibilidad: ¿Arrestar a un sospechoso y torturarlo hasta hacer de él no un sospechoso sino un culpable, tal vez muerto, pero culpable al fin? Segunda posibilidad: ¿O arrestar a un sospechoso, considerar que es inocente porque no se ha demostrado su culpabilidad, respetar sus derechos humanos (que son los de los ciudadanos ante los posibles excesos del Estado y no al revés), buscarle un abogado y luego juzgarlo? Nos guste o no (y no nos gusta), la convencional es la primera posibilidad. De aquí que los derechos humanos sean para los delincuentes y no para los policías. La derecha suele indignarse por eso. Sucede que es ignorante o finge serlo. Los policías son parte del Estado. Todos pagamos para que el Estado tenga policías, les dé casa y comida y los destine a protegernos. Al policía lo protege el Leviatán. Nada menos. Pero el Leviatán suele ser brutal, suele vejar a quienes atrapa, suele torturarlos para arrancarles confesiones o lo que sea. Para esta gente –en conocimiento de esas situaciones– se han creado los organismos de derechos humanos. Hay que entenderlo. Porque no hay gobernador de la provincia de Buenos Aires que haya asistido al sepelio de un policía muerto en un enfrentamiento con delincuentes a quien no se le parara al lado un comisario temible y, señalando al muerto, no le preguntara: “¿Y para él? ¿No hay derechos humanos para él?”. No, él tiene que respetar los derechos humanos. El es el Estado. Y a él, como parte del Estado, es el Estado el que debe cuidarlo. Es así. Lo demás es escoria ideológica fascista que está diciendo: “Si los subversivos de los organismos de derechos humanos no se ocupan de los policías que mueren es porque están a favor de la delincuencia. Si los policías no tienen derechos humanos, no tienen por qué concedérselos a los delincuentes”. Que es lo que quieren demostrar los amigos del gatillo fácil y la picana. Como el error-Posse. Que hasta eso defendió. A la policía del gatillo fácil.

Posse dijo la verdad. Dijo la verdad que no había que decir. La que desnudó a todos. En primer lugar, a Macri. No es un pulcro hombre de gestión. Tiene ideología. Está atiborrado de ideología. El otro candidato era el rabino Bergman. Habría sido fascinante escucharlo. Tuvo una idea genial, claro que sí. No a cualquiera se le ocurre la propuesta de reemplazar en el Himno la palabra libertad por la de seguridad. A algunos les habrá gustado. Pero muchos fachos antisemitas se habrán encendido de furia: “No se puede sumar a los judíos a nuestra causa patria. Apenas toman algo de vuelo ya nos quieren cambiar el Himno”.

Posse cayó víctima de la verdad incondicional. No quiso condicionar su palabra. Largó lo que sentía y lo que pensaba. ¿Macri lo autorizó? ¿Pensó que el ambiente ya estaba maduro para un tipo así? ¿Le dijo dale, largate que no pasa, que ya es hora de decir las cosas de frente? Posee las dijo así. De frente. Que el gobierno es troskoleninista. Que está lleno de guerrilleros, que ese resentimiento los lleva a juzgar a los militares, que se incurre en un “exceso de justicia”. Lo meritorio de Posse es que dijo lo que toda la derecha piensa y no dice o lo dice con veladuras, con cautela, con esprit de finesse. Posse es a Macri lo que Cabildo a Morales Solá. Tengo un par de amigos en el Ministerio de Defensa que me han confesado su metodología: para entender qué quieren realmente decir, decir a fondo, los artículos de Grondona y Morales Solá los cotejan con los de Cabildo. Pero, qué cosa con este gobierno de Cristina Fernández. Confunde a tantos. Me llegó un mail de un aprendiz de politólogo en el que se propone a la militancia aguerrida derrotar a los enemigos del pueblo, redistribuir la riqueza, terminar con el hambre, que no haya más pobres, que paguen más los que más tienen y conquistar una patria liberada. Se parece a la Proclama del ERP ante la asunción de Cámpora. “Este gobierno es reaccionario porque no va a expropiar a la oligarquía ni a los monopolios”, etc... El método es más que conocido, eterno: se ponen bien a la izquierda y acusan a todos los demás de posibilistas, cobardes o reaccionarios. Total, nunca van a ser gobierno ni tener que rendir cuentas. Las palabras les salen gratis. Las promesas también. Con sus grandes proyectos se compran una gran moral y desde ahí escupen a todo el mundo. Posse, sin embargo, no ve en este gobierno a un conjunto de posibilistas que no hacen nada por el pueblo. Ve troscos por todas partes. Ve marxistas. Ve montoneros. Ve gente con arito. Ve rockers que van a cantar con las Madres. Posse, en suma, no dijo su verdad. Dijo la verdad de la derecha argentina. Esa que no salió a condenarlo. Porque –por ahora con cautela– piensa como él. Tal vez la democracia esté en deuda con este hombre hasta los días de su ocaso, que ya llegaron.


Fuente: Página/12

27 de diciembre de 2009

n